Ayuntamiento de MOTRIL
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Historia

Historia

La presencia del hombre en nuestro entorno esta documentada hacia el IV milenio a.C. en pleno Neolítico, en las inmediaciones del río Guadalfeo, momento en el que la llanura litoral actual era una gran marisma con zonas emergidas ocupadas por abundante vegetación junto a canales navegables y áreas de tierra firme donde se sucedieron asentamientos neolíticos y posteriormente púnicos y romanos. El cauce del río Guadalfeo debió conformar una ensenada marítima de forma triangular con vértices en las proximidades de la desaparecida alquería de Pataura, Peñón de Salobreña y Puerto de Motril. Otros importantes brazos marinos se adentraron hasta un kilómetro tierra adentro en posiciones que hoy ocupan las Ramblas de Puntalón y los Álamos. De la prehistoria hasta la  Edad del Bronce, la actividad humana sobre el territorio fue limitada, dando lugar a aclareo del bosque con fines ganaderos, agrícolas y madereros ( construcción y combustible),  para posteriormente intensificarse con el inicio de la metalurgia y la consiguiente acción sobre el relieve y el bosque.

La presencia  Ibera, Púnica y Romana debió profundizar en esta estrategia de ocupación de las llanuras y laderas con fines agrícolas y mineros. La vega, especialmente la parte más oriental, menos propensa a las inundaciones y encharcamientos, sigue siendo utilizada como ya se hizo durante el Neolítico a tenor de los restos cerámicos recogidos en diferentes sondeos y en los hallazgos de la playa de las Azucenas. La transformación del medio durante este periodo debió ser algo más intensa. El comercio determinó la explotación mineral en la Sierra de Lújar, el cultivo de la vid y el olivo y la extracción de arcillas para las alfarerías de Paterna (Torrenueva) y Calahonda. 

Entre los siglos IV y IX se produce en la costa  un fenómeno que los historiadores han denominado “ habitats de altura”. Se trata del desplazamiento de la población desde las zonas costeras hacia las áreas altas de las sierras  litorales, donde se construyen  enclaves frecuentemente fortificados. Sin duda este proceso estuvo influenciado por la quiebra del sistema romano y la consiguiente inestabilidad que afecta a la región  que transforma estas áreas en zonas inseguras A partir del siglo X la estabilidad de la nueva situación administrativa y militar, así como la bonanza climática que se inicia en este periodo, permite la ocupación de nuevo de los enclaves costeros y fluviales, dando origen a la primera gran transformación del territorio sustentado en la implantación de técnicas de irrigación y abancalamiento de laderas. El delta del Guadalfeo fue ocupado por la caña de azúcar como describe el geógrafo al-Razi, y por otras plantas de origen subtropical, rompiendo así la fuerte estacionalidad del sistema agrario de origen romano.

Por otro lado la actividad minera está constatada al menos desde el siglo XI, cuando se menciona la existencia en la zona de un importante yacimiento minero. Se trata de las minas de “atutía” asociadas a la alquería de Batarna (Torrenueva) y que no eran otras que las del cerro del Toro, donde aparecen indicios de explotación minera desde el Calcolítico hasta la época medieval.

No obstante, todo parece indicar que fue en Baja Edad Media, cuando Motril fue ganando importancia en el conjunto territorial de la vega del Guadalfeo. Probablemente en el origen fuera una pequeña comunidad que basaba su economía en el espacio irrigado creado a partir de la construcción de la Acequia. Esta vital infraestructura hidráulica tiene su origen en una presa de derivación o azud hecha de troncos y mampostería en las inmediaciones del Tajo de los Vados. Desde aquí y siempre en sentido S-SE atravesaba las vegas de Pataura, alquería hoy desaparecida, Bates, Motril y Paterna donde moría. En época nazarí tenemos constancia de que los trabajos relacionados con la Acequia se realizaban de forma conjunta, siendo responsabilidad de todos los vecinos de la alquería tanto su mantenimiento y limpieza como los reparos en caso de rotura. La construcción de la acequia y las nuevas plantas traídas desde oriente y aclimatadas muchas de ellas en tierras propiedad de la familia real nazarí hicieron del  Motril bajomedieval un enclave con cada vez más peso específico en el conjunto de la Costa, tendencia esta que se acentuó a raíz de la conquista por los reyes Católicos en 1489, al actuar Motril de polo de atracción de la población mudéjar expulsada de los núcleos fortificados circundantes.

A lo largo del siglo XVI  y como consecuencia de la conquista castellana Motril se fue consolidando como el principal centro económico y administrativo de la comarca,(en ella residía el teniente de corregidor de toda la Costa de Granada) con una agricultura basada en el cultivo y transformación de la caña de azúcar que en el último tercio del siglo adquiere el carácter de monocultivo, en detrimento de otras actividades agrarias propias del mundo nazarí como la seda. La expulsión de los moriscos motrileños en 1570 tras la sublevación y guerra de 1569 puso fin a casi un siglo de muy difícil convivencia de la que todavía no se ha hecho evaluación a niveles poblacionales y económicos, aunque, todo parece indicar, que la crisis tras la expulsión, en el último decenio del siglo se había superado. (hablar de la defensa)

El siglo XVII es, en líneas generales, un siglo de bonanza que no se truncaría hasta la epidemia de peste de 1679. Hasta ese momento la manufactura del azúcar era sin duda alguna la principal actividad económica. Los trabajos de recogida, molienda de las cañas y su transformación en azúcar exigían la presencia  de numerosa mano de obra que de forma estacional acudía a Motril desde otras comarcas. Según los textos “cinco o seis mil personas de la gente mas inquieta que tiene toda la Andalucía”. Esta fuerte relación de Motril con el azúcar se expresa de manera inequívoca en los versos de Francisco de Quevedo “ ...si pan de azúcar en Motril te encajo”.

Esta febril actividad permitió la transformación urbana de la villa que en este siglo se fue dotando de un importante patrimonio arquitectónico tanto civil como religioso. En efecto, en estos años se acometen las obras de los principales edificios de  la ciudad, algunos hoy tristemente desaparecidos. En el ámbito de la arquitectura civil destacan, entre otros, el Ayuntamiento, La Real Casa de Comedias, la casa de D. Alonso de Contreras o la más conocida como de la Inquisición en la calle marqués de Vistabella. En el ámbito de la arquitectura religiosa se amplía la Iglesia Mayor a la que se dota de crucero y capilla mayor de gran monumentalidad, obra de Ambrosio de Vico y se construyen la mayoría de iglesias, conventos y ermitas.

Como colofón, el rey Felipe IV le concede en 1657 el título de ciudad, con el privilegio de poder usar sus armas y dosel, a la vez que la separa del corregimiento granadino del que dependía desde el año 1500.

El cambio de dinastía en 1700, en el que tuvo un papel relevante el apoyo a los Borbones de nuestro paisano el Cardenal Belluga y al que Motril contribuyó con tropas y dinero, le valió a la ciudad la concesión por parte de Felipe V de la distinción de “Muy Noble y Leal” en 1710 y que desde entonces ostenta en su escudo.

En lo económico, tras superar la crisis provocada por la epidemia de peste de 1679, el siglo XVIII  se inicia en Motril con un repunte en la industria azucarera que a lo largo del siglo conocerá sus peores momentos debido tanto a factores internos como externos, harto conocidos por la historiografía local. Estos factores son la degeneración de la planta, la alta presión fiscal que gravaba la producción azucarera, las continuas heladas y la competencia del azúcar de las colonias. Todos ellos contribuyen a la práctica desaparición de la planta de la vega motrileña hacia 1800 y su sustitución, a instancias de la Sociedad Económica de Amigos del País,( máximo exponente del movimiento ilustrado en nuestra ciudad), por el arroz en un primer momento y mas tarde por el cultivo del algodón que se enseñoreará en nuestra vega hasta mediados de la centuria siguiente, fecha en la que la aparición de la tecnología del vapor aplicada a la fabricación de azúcar, hará renacer con renovado ímpetu la industria azucarera de la ciudad y que dará lugar al nacimiento de una nueva burguesía mercantil, creadora de espacios domésticos y lúdicos que prestigian su ascenso y estatus ( Teatro Calderon, Casa de la Condesa, Casa de Garach, etc.) 

A pesar de la desolación general postrera a la Guerra de la Independencia, había un motivo para la esperanza: el cultivo del algodón, que vino a sustituir la crisis azucarera de la centuria precedente, aprovechando los inicios de la industria algodonera moderna en la bahía de Cádiz y en Barcelona y con una coyuntura bélica que rompió la comunicación con los tradicionales mercados americanos y mediterráneos a finales del siglo XVIII. Pero el “ciclo del algodón” fue un breve interludio, lucrativo para los empresarios catalanes que lo dirigían mientras la coyuntura fue favorable, distorsionador en lo social, al no absorber totalmente la abundante mano de obra de la tradicional actividad cañera, y catastrófico, cuando desapareció la protección arancelaria en 1841, abriéndose los mercados de nuevo al algodón extranjero. En 1846 este monocultivo desapareció por completo de la Costa.

Para entonces se dieron una serie de circunstancias propicias para ensayar nuevamente en las vegas litorales la explotación secular de la caña de azúcar, pero sustituyendo los ingenios preindustriales por métodos fabriles. El movimiento y concentración de tierras derivados de las desamortizaciones de 1835 y 1855  favoreció la aparición de una nueva clase burguesa emprendedora, que supo aprovechar la introducción de caña Otahití, la política arancelaria favorable al azúcar peninsular y los adelantos técnicos ensayados antes en las Antillas: el vapor como fuerza motriz de los molinos, la cocción y evaporación al vacío y las turbinas para la purga o separación del azúcar y las mieles. Cuando las transferencias técnicas se vieron respaldadas por la iniciativa empresarial de don Ramón de la Sagra y la Sociedad Peninsular Azucarera, se fundó en Almuñécar en 1845 la primera fábrica moderna de azúcar de Europa, la Peninsular, que incorporaba el tren de molinos Derosne.

La expansiva industria azucarera caracterizaría a partir de entonces el paisaje de la vega motrileña Esta prosperidad ligada a las sociedades y algunas familias terratenientes devino en expansión demográfica, el desbordamiento de los límites urbanos tradicionales y en la caracterización de algunos espacios e inmuebles burgueses en el entorno de la vida urbana tradicional. Pero, asimismo, en la crisis del campesino tradicional, el jornalerismo agrario y la conflictividad laboral propia de un trabajo temporero, agravada por algunas crisis de subsistencia y brotes epidémicos, como el cólera de 1885.

A comienzos del siglo XX se inicia la crisis del sector azucarero, por competencia del azúcar de remolacha, la superproducción y los cambios en la política de protección de mercados, lo que determina la disminución de beneficios para el pequeño agricultor, el cierre de los establecimientos no rentables y la reconversión de factorías por parte de la Sociedad General Azucarera erigida en 1903. A ello hay que añadir la falta de infraestructuras, como el mal camino carretero entre la Costa y Granada, realizado entre 1817 y el último tercio de siglo, el frustrado proyecto de comunicación por ferrocarril Granada-Motril y las deficiencias portuarias, hasta la construcción moderna del puerto de Motril entre 1907 y 1929.

Desde los inicios del siglo XX el azúcar de caña pasaría a convertirse en una producción marginal con fuerte presencia local, sujeta a diversos vaivenes (regeneración de la caña en 1925, al introducir el agrónomo Arsenio Rueda una variedad traída de Java), hasta su definitiva regresión a partir de la década de 1970, quedando hoy reducido este cultivo histórico a la zona de la vega de Motril aunque a punto de desaparecer. En cambio, en las huertas y jardines de la vega ya a mediados del siglo XIX se comenzaron a plantar los primeros subtropicales; chirimoyos, aguacates y mangos que sustituyeron a los tradicionales cultivos de árboles frutales a partir de 1950 y se generalizaron desde 1970 como respuesta a la crisis azucarera, extendiéndose progresivamente, conforme ascienden las cotas de los sistemas de regadío, por bancales y laderas.

En los años sesenta, la instalación de la fábrica de papel (Celulosa), los nuevos centros de enseñanza media públicos, el elevado nivel de construcción, impulsaron un importante crecimiento económico que situó, a partir de los años 70 del pasado siglo, a Motril como cabeza indiscutible de la comarca tanto a nivel administrativo como agrícola y comercial.

Así, al comenzar el siglo XXI, Motril es la segunda ciudad de la provincia después de la capital y cabecera de una comarca que supera los 120.000 habitantes con importantes expectativas de futuro y que poco a poco va desprendiéndose del lastre que ha supuesto su secular aislamiento geográfico. En los últimos años hemos asistido a un fuerte cambio socioeconómico apoyado tanto en la agricultura como en el sector servicios y con una clara vocación turística, basada fundamentalmente en la baja densidad de las construcciones y en la preservación de su calidad ambiental, sin olvidar las actuaciones museísticas sobre los restos patrimoniales que han marcado nuestro pasado azucarero (Museo Preindustrial del Azúcar y Museo Industrial en la Fabrica del Pilar).

Pero el mejor patrimonio de Motril son sus gentes, mezcla de Séneca y Epicuro que con su carácter franco y socarrón han hecho de Motril una ciudad abierta y hospitalaria.

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